Ya habló nuestro maestro y mentor de un altercado bochornoso en el aeropuerto de Fiumicino (Roma).Y parece ser que la cosa sigue igual. O peor. Lo de las últimas medidas de seguridad aeroportuaria respecto a líquidos y geles no tiene desperdicio. Ojo al dato: Se permite portar 100 ml. de líquido por barba y otros 1000 ml. en envases no mayores a 100 ml. también por fulano. Estas estrictas medidas fueron establecidas después de que un ignorante se subiera a un avión con un explosivo plástico que no detectaron los arcos de seguridad.
Lo de la seguridad en el avión está bien. A pesar de lo que pensemos, palmó mucha gente en las torres gemelas y eso tiene que hacernos reflexionar. Sin embargo, en la línea habitual de quienes nos gobiernan, en lugar de buscar soluciones o tomar medidas lógicas, se aplica una normativa dura que te vas de vareta y absurda que te rilas. Primero fue con lo de no dejar llevar más de 3 mecheros por cabeza, por mucho vicio que tuviese el interfecto y ahora el rollo de los líquidos.
Me encaminaba yo ayer a las puertas de embarque del aeropuerto romano despidiéndome de mi gumía de dos dedos de longitud que previamente me habían dejado pasar en Barajas (aquí somos la hostia, hasta un sacacorchos tamaño XL he llegado a pasar con el beneplácito del guardia, que me decía «… si me dices que es un regalo, no te lo voy a fastidiar…»). Pues bien, deposito en la bandeja todo mi apero de mecheros, tabaco, monedas, llaves y la ‘chirla’). Paso con los brazos en alto, como si fuese ‘el Lute’ en el pajar de aquel pueblo de Salamanca y me engancha un torda de uniforme. «Salve», me dice. «Parla italiano». «No, español y mal», le digo, mientras pienso que me voy a quedar sin ‘cheira’ como me quedé sin abuelo.
Pues no. Me señala el botellín de agua que llevo en la mano (sin abrir, ya que estaba recién comprado) y me dice que o me lo bebo o lo tiro, pero que no pasa. Acojonante. Le digo que si le importa que me la beba unos metros más adelante, que estamos montando una cola que se cisca la perra y me dice que de ahí no se mueve nadie con esa peligrosa botella en la mano.
Me amorro a la botella, le pego un trago y la tiro a la papelera. Acto seguido, cojo la navaja de la bandeja, me la guardo en el bolsillo y me voy para el avión.